Espagueti
Hace mucho calor, se me pegan las sábanas, no se cuanto habré dormido. La pared blanca me quema la vista, me está diciendo que es el momento de empezar el día. Hace horas que el sol se cuela por mi ventana. Intento saltar de la cama, pero la cabeza me estalla, pierdo el equilibrio y empiezo a recordar las botellas de vino que bebí ayer noche, hasta que pierdo la cuenta. No soy bebedor habitual, por lo menos, no como anoche, pero a veces es el único lugar al que uno puede ir para dejar de pensar.
Me quedo un buen rato sentado el la cama, gradualmente voy recuperando el equilibrio y mi cerebro se estabiliza, con calma me levanto y voy al baño, es mejor moverse a cámara lenta, de esta manera uno evita caerse o chocar con los muebles.
Mientras meo, me tiro un sonoro pedo, aunque no tan largo como la meada. En la cocina solo hay botellas de vino vacías y alguna medio llena y caliente, pero nada decente que comer. Bajo a la tienda a comprar algo que comer, no me apetece cocinar. Compro para hacer pasta, es fácil y me ayudará con la resaca.
Pongo agua en un cazo y al fuego. Lentamente empieza a salir humo, luego pequeñas burbujas que ceden a otras más grandes. Empiezo a recordar como se torcieron las cosas la noche anterior. Carol había venido a mi casa después de comer. Esa noche había una sesión de cine en casa. Yo le había dicho que viniese a las ocho, como todo el mundo, pero ella quería venir antes para estar conmigo. Así empezó la discusión. Al empezar lo nuestro le dije que no sería una relación seria, solo amigos y sexo, ella estaba conforme. Yo quería creérmelo, pero sabía que no era así. Lo hablamos otras veces, ella decía que así le parecía bien, sin embargo a medida que pasaba el tiempo, notaba como ella se enamoraba y ninguno de los dos lo quería ver. Ella no lo reconocía y yo me lavaba las manos pensando que todo estaba claro desde el principio.
Al final tuve que suspender la sesión de cine, disculpándome con mis amigos, estaba en mitad de la discusión, si es que se puede decir así, porque ella “no podía reprocharme nada”. Uno nunca sabe lo que pueden durar estas charlas, yo quería que acabase pronto, quería quitármela de encima, se estaba volviendo insoportable.
Finalmente se marchó a eso de las dos de la madrugada. Fue cuando empecé a sentirme culpable, porque poco después de empezar lo nuestro yo ya sabía que esto podía ocurrir y el escudo que era saber que todo está claro y hablado de antemano, se esfumaba rápidamente. Fui culpable desde el principio, aunque ella no pueda reprocharme nada, yo si puedo hacerlo.
Recupero la consciencia cuando me doy cuenta que el agua de la olla se ha evaporado igual que mis pretextos de inocencia.
Repito el proceso del agua y me como mis espagueti con un último pensamiento. Tengo que volver a organizar la sesión de cine para mis amigos.