-¿diga?
-¿es aquí donde huele tan bien?
Mientras oigo ruido en la escalera, parece que algo sucede.
-¿quién es usted?
-Disculpe, pero le he preguntado si el olor viene de su casa.
-No sé a qué olor se refiere.
-Da lo mismo, ya me abren.
Vivo en un ático, así que abro la puerta para ver quien sube, mientras me asomo por el ojo de la escalera, la vecina de en frente sale al rellano.
-¿Que sucede?
-Pues que alguien sube pero no sé quién es.
-¿Cómo que no sabes quién es?
-¿No me ha oído? ¿Acaso tengo cara de saber que sucede?
Me vuelvo a asomar por la escalera y veo a una pareja que sube. No los conozco de nada.
-¡Qué quieren! – Les grito desde mi atalaya
-Ah! Es usted.
Es un hombre de mediana edad, le acompaña una mujer sensiblemente más joven, tiene un bonito cuerpo, sin embargo su cara es muy normal. Mientras se dirigen hacia mí, no dejan de subir las escaleras.
-¿Qué es lo que está cocinando?
-¡Y a usted que le importa!
Mientras ya han llegado a mi rellano. Miro de ocupar todo el umbral de la entrada de mi piso. Mi vecina se da la vuelta y entra en su apartamento, antes de cerrar la puesta dice.
-Te lo he dicho esta mañana. No quiero saber nada.
El hombre que está delante de mi alarga el cuello intentando con ello atravesar mis dominios.
-¿Pero que hace?
-Disculpe, pero es aquí, no puede negarlo.
-¿El qué?
-¡Está usted cocinando!
-Bienvenido al mundo, ¿qué tiene eso de extraño?
-Eso es lo que me pregunto, no reconozco el olor, pero no he podido resistirme a subir.
-Hoy tengo invitados, le tengo que pedir a usted y su mujer que se marchen.
-Ella no es mi mujer.
-¿Y tu quien eres? –Dirigiéndome a la mujer.
-Yo vengo por lo mismo que este señor.
-No me diga.
De repente la mujer me parece más atractiva.
-¿Quieren pasar y tomar algo? Aun queda media hora para que lleguen mis invitados.
En ese momento los tres oímos varias voces que suben por las escaleras, la intensidad de las voces va subiendo. También la cantidad.
-¿Esos son sus invitados?
-No los había visto en mi vida.
-¡¿Qué está usted cocinando?!
-¿Pero qué pasa aquí? ¿de dónde salen todos ustedes?
En la escalera ya no cabe más gente, la cosa se pone mal. Intento ser diplomático.
-Estoy preparando toda una cena, así que tendrá que ser usted un poco más específico.
Sigue subiendo gente. Es un barrio poco transitado, no sé de dónde salen tantos. Hay demasiados y la presión hacia el interior de mi piso cada vez es mayor.
Alto, deténganse, dejen de empujar!
Pero finalmente mis brazos ceden al la presión y la gente empieza a colarse dentro de mi apartamento.
No sé qué hacer, son demasiados así que me resigno.
-Pasen, pasen, están en su casa!
Me escurro por el pasillo, al pasar por la cocina, veo que la pareja del principio está comiéndose mi plato principal, Berenjenas bañadas en salsa de sésamo.
Por la puerta sigue entrando gente. Ya casi no cabemos. Mi apartamento no es grande. Hasta que empiezan a caerse por la terraza.
En ese momento pienso en los lemmings y se me ocurre una idea. Cojo un colchón enrollado que tengo en el otro extremo de la casa, es lo suficientemente pequeño y ligero como para usarlo de escudo. Me coloco detrás de el y empiezo a empujar. Con mucho esfuerzo voy ganando terreno, mientras los cuerpos se espachurran en la calle. Son cuatro pisos de altura. Al llegar a la cocina, las fuerzas empiezan a fallarme, y pierdo la estabilidad, doy un paso atrás, me asiento, pero no puedo seguir avanzando. Miro en el interior, ya no queda nadie, pero tampoco está mi cena. Asomo la cabeza por encima del colchón y veo a una mujer que se está comiendo las últimas fresas. Eran fresas rellenas de dulce de leche y almendra, cubiertas de chocolate crujiente. Era un plato muy especial, lo había soñado esa noche y era para mis amigos invitados.
-¡Hijosdeputaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Perece que ese último bocado que mis labios no han probado, me da la fuerza suficiente para dar un último gran empujón.
Soy el último lemming, el que ve como todos sus compañeros desaparecen por el precipicio. Los cuerpos llegan casi a la tercera planta.
En ese momento llaman al timbre.
-¡Que!
-¿Jorge?
-¿Si?
-Somos nosotros.
Mis amigos han llegado.
Una vez en dentro del apartamento, me disculpo ante ellos, agitando un folleto del Telepizza.
-Lo siento pero hoy no he podido cocinar nada, habrá que encargar una pizza. Pero esto es un festival de cine, así que la comida es secundaria.
Mis amigos no acaban de creerme, se les nota en la cara, pero no les queda más remedio. Armand se me queda mirando largo rato, y dice.
- La gente cada vez está más loca. ¿A que no sabes que es lo que hemos visto antes de subir?
-No lo sé, pero seguro que me sorprendes.